La complicada situación de Siria.
El pasado 14 de abril del
año en curso, el mundo entero se conmocionó con el bombardeo de Estados Unidos,
en alianza con Francia y el Reino Unido a tres centros de producción y
almacenaje de armas biológicas en Damasco, capital de Siria. Oficialmente, las naciones
declararon que se trató de una respuesta militar a un ataque químico
presuntamente orquestado por órdenes del dictador sirio Bashar Al-Assad, que
dejó la muerte de más de una treintena de personas, incluyendo mujeres y niños
ajenos a la Guerra Civil. Esta no es la primera acción militar contra la nación
emprendida por el volátil mandatario estadounidense Donald Trump. Recordemos
que, a tres meses de iniciado su mandato, el 6 de abril de 2017, Estados Unidos
lanzó un ataque compuesto por 29 misiles en respuesta a un atentado similar del
gobierno sirio contra la oposición en su país. Lo cierto es que la excusa de
las tres potencias involucradas no suena del todo creíble, considerando que
existe un inmenso conflicto de poder y jerarquía que ha conllevado la
intervención internacional en dicho país anteriormente, en el marco de la
catastrófica Guerra Civil Siria, la cual suma una cantidad aproximada de
498,595 muertes, de acuerdo al Observatorio Sirio para los Derechos Humanos.
La Guerra Civil en Siria
fue declarada oficialmente el 15 de mayo de 2011, aunque existe un sinnúmero de
antecedentes que la anticipaban, desde hace más de un par de décadas. El
anárquico líder Bashar al-Assad tomó protesta como Presidente de Siria en junio
del año 2000, ganando una contienda electoral sin oposición que sucedió a la
muerte de su padre, Hafez Assad, quien gobernara la nación por casi 30 años,
antes de su fallecimiento. El autoritarismo y la exuberante opresión hacia la
ciudadanía provocaron una serie de manifestaciones pacíficas que fueron
silenciadas mediante tortura, desapariciones inexplicables y uso de la fuerza y
armamento militar. Esto detonó el inicio del conflicto más grande en la
historia de Siria, incrementando la oposición a números incalculables, curtiéndose
en armamento, entrenamiento militar y un determinado uso de la violencia. Para
2012, la oposición impactó las ciudades de Damasco y Alepo, algunas de las más
importantes del país. Asimismo, dicha oposición se congregó en diferentes
divisiones, cada una con un propósito y forma de actuar. Por un lado, el
Ejército Libre Sirio, quienes partieron del seno del propio consorcio militar
del régimen de Bashar al-Assad. En su mayoría son militares creyentes del
sunismo (una de las ramas principales del islam que, además del Corán, se rige
por los dichos del Sunna) que mostraron su descontento por la imposición del
chiismo (la segunda rama principal del islam que busca la jurisprudencia
islámica) predicada por el propio Al-Assad. Aunque cuentan con un poderoso armamento
nuclear, han resultado ser de los grupos rebeldes opositores más moderados en
el conflicto bélico.
Por otro lado, se
encuentran los grupos kurdos (Se les llama “kurdos” a quienes habitan en la
región montañosa de Kurdistán, conformado por iraquíes, turcos y sirios
principalmente) que se concentran principalmente en el norte del país. No
obstante, en la oposición al régimen dictatorial se considera también a los
grupos yihadistas (Los seguidores más radicales del islam), donde han destacado
grupos conocidos internacionalmente, como Al Qaeda o el Estado Islámico, por
mencionar algunos.
Ahora bien, la Guerra
Civil Siria se ha agravado con la intervención de naciones extranjeras, que
apoyan o desfavorecen a alguno de los bandos estandarizados en el marco de
dicho conflicto bélico. Mucho antes de la intervención estadounidense en el
país, fue Rusia, bajo la administración del inalterable Vladimir Putin, quien
cosechó alianzas con el Gobierno de Bashar Al-Assad, considerado uno de los
mandatarios más temidos de la década.
¿Por qué se suscitó esta
alianza?
Recordemos que, desde la Guerra Fría, ha
existido una constante lucha por el poderío internacional entre Estados Unidos
y Rusia. Si nos remontamos a 2014, Estados Unidos mostraba una enorme
superioridad política en Occidente que incrementó con la controversial adhesión
de Crimea a la Federación Rusa, tras el derrocamiento del Presidente Ucraniano
Víktor Yanukóvich, lo que le trajo sanciones por parte de Estados Unidos
(comandando en ese entonces por Barack Obama) y la Unión Europea. Vladimir
Putin decidió entonces entablar alianzas políticas y comerciales con Siria,
bajo la justificación de “ayudar a combatir el terrorismo” (Considerando
terroristas a los grupos opositores en Siria), lo que le otorgó un buen
posicionamiento en Medio Oriente, resistiéndose al poderío que ejercía Estados
Unidos en esta zona geográfica, quienes tenían a naciones como Irak, Turquía,
Israel y Arabia Saudita como algunos de sus aliados aledaños. Comercialmente
hablando, Siria cuenta, por su zona geográfica, con una inconmensurable
cantidad de reserva petrolera, siendo la nación 31 con la mayor cantidad de
dicho recurso, calculado en 2,500 millones de barriles, en números aproximados.
Esta sería una explicación coherente para justificar la alianza con un líder
opresor y caótico como Bashar al-Assad.
Rusia alteró
considerablemente la situación de la Guerra Civil, la cual prácticamente
aseguraba la victoria de la oposición en ese entonces. El vínculo con la
potencia mundial y algunos otros aliados, como Irán (nación donde predomina el
chiismo tradicional, la misma corriente religiosa venerada por Bashar al-Assad)
y el respaldo militar del Hezbolá (uno de los mayores movimientos políticos y
militares en favor del chiismo, con sede en Líbano) dieron a Bashar al-Assad
una segunda oportunidad de combate contra la oposición que demanda su renuncia
al cargo, haciendo de la Guerra Civil un conflicto vigente y con cantidades
exorbitantes de violencia.
Poco después, Estados
Unidos comenzó a intervenir militar y económicamente a favor de la oposición
que buscaba la destitución de Bashar al-Assad y la predominancia del sunismo en
la nación. Debemos considerar que, como mencioné en párrafos anteriores,
aliados importantes del país norteamericano como Arabia Saudita, Irak y Turquía
son principalmente sunníes. Arabia Saudita tiene un 83% aproximadamente de
fieles islamitas sunníes, en Irak hay un 60% y en Turquía 80%. Por
consiguiente, dichos países respaldan también a los detractores de la
impositiva administración de Bashar al-Assad, además de buscar contrarrestar a
Irán, el principal rival comercial y político de la región.
En el caso de Estados
Unidos, el apoyo a los grupos opositores en ocasiones toma un tinte
ambivalente. Si bien apoyan militarmente a algunos grupos de oposición, buscan
erradicar algunos otros. Específicamente, a los yihadistas y extremistas. De
hecho, una de las principales razones de la intervención estadounidense en
Siria es la aniquilación de las fuerzas radicales, las cuáles si han alcanzado
la categoría de “grupos terroristas” a escala internacional. Grupos como Al
Qaeda se consolidan como uno de los enemigos principales del gobierno
estadounidense, siendo responsables de algunas tragedias históricas en
territorio norteamericano, como el sonado atentado a las Torres Gemelas del WTC
el 11 de septiembre de 2001, en la ciudad de Nueva York.
Concretamente, la alianza
entre Estados Unidos con el Reino Unido y Francia en el contexto del conflicto
bélico en Siria se remontan, de igual manera, al 2014, con el envío de comandos
aéreos a territorio sirio para buscar el declive del ascendente Estado
Islámico, lo que detonó también la respuesta del Gobierno de Bashar al-Assad,
así como de sus principales aliados, Rusia e Irán.
Ahora, el panorama
internacional vuelve a tensarse. Donald Trump contradice sus propios ideales de
campaña, donde mencionaba que Siria no era una prioridad y que su nación no se
involucraría en el conflicto que pesarosamente embarga a Siria. Hasta el
momento de la creación de estas líneas, su administración ha encabezado el
segundo ataque en respuesta a las atroces restricciones de Bashar al-Assad y el
avanzado armamento biológico que poseen. Ante sus recientes acciones, el
Gobierno Ruso también ha vuelto al panorama conflictivo, ante la insistencia de
Vladimir Putin de respaldar al controversial dictador.
“Nuevamente estamos
siendo amenazados. Advertimos que estas acciones no quedarán sin consecuencias”
fueron las desafiantes declaraciones de Anatoly Antonov, embajador de Rusia en
Estados Unidos, ante el suceso responsivo del 14 de abril, siendo esta la
primera manifestación del país después de la serie de explosivos enviados hacia
el territorio envuelto en actos belicosos. Poco después, fue la respuesta del
propio Vladimir Putin la que ablandó un poco la dureza de las declaraciones del
embajador. Putin advirtió que espera que impere el sentido común en una época
de tensión para las relaciones internacionales.
Lo que sí es un hecho es
que la Guerra Civil Siria está lejos de llegar a su fin. Una de las principales
causales de su agravante continuidad es la intervención de potencias
internacionales en dicho conflicto. Además, la enorme presión internacional que
ejercen los grupos yihadistas eleva el índice de uso de armas por parte del
resto de los grupos opositores y también, del propio gobierno de Bashar
al-Assad. Uno de los últimos ataques con artillería pesada del que se tiene
registro data del 18 de abril de 2018, donde las fuerzas gubernamentales de
al-Assad bombardearon lo que se especulaba era una base del EI en Damasco,
llevando con esta acción la muerte de varias personas.
Además de las miles de
muertes lamentables que esta politizada guerra ha dejado, donde hay muchos
intereses egoístas de por medio, Siria ha generado uno de los mayores éxodos en
la historia moderna, sumando casi 6 millones de personas, de acuerdo al Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Lo que me
parece más lamentable es que, a pesar de la pérdida económica, territorial, de
sentido común y de vidas humanas, la Guerra Civil Siria es un conflicto que
está lejos… muy lejos de llegar a su fin.
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